Otro de los atractivos del país son las excelentes chocolaterías que encontramos casi en cada esquina en Bruselas y resto de ciudades. Los artesanos del chocolate han proliferado por la ciudad, y en estos momentos marcas tan afamadas como Neuhaus o Godiva son un signo de calidad, consideradas como algunos de los mejores chocolates del mundo.

Leonidas, sin embargo, fundada por un emigrante griego, ha sido la responsable de popularizar el chocolate, con precios más asequibles frente a sus elitistas competidores. Ya en la cima de su popularidad, Marcolini es el chocolatero de moda en el país, gracias a sus espectaculares creaciones que le han valido numerosos premios del gremio de chocolateros belgas.

Las tiendas de Marcolini parecen más tiendas de ropa o galerías de arte que chocolaterías, y sus piezas se exponen en sus estantes y escaparates como las obras de arte que son. Los precios son altos, muy altos, pero no tanto como para no poder degustar alguna de sus creaciones, como sus macarrons de sabores exóticos y licores (no, no son hamburguesas de chocolate).

Hay varios lugares interesantes donde aprender la historia del chocolate en Bélgica. Junto a la Grand´Place hay un Museo del Chocolate, pero el que al final acabamos visitando es el Choco-Tour de Brujas, situado en un antiguo edificio. Interesante las explicaciones sobre los usos primitivos del cacao por las culturas americanas, donde se mezclaba con especias y sangre de los cautivos para elaborar una bebida “mágica” que era ofrecida a los dioses.

Mucho ha cambiado el uso del chocolate desde entonces. Los primeros usos fueron en forma de bebida, con el añadido de leche y endulzantes, y que era costumbre tomar como merienda en la alta sociedad española y luego europea. Se le atribuyen propiedades afrodisíacas, aunque pronto la iglesia católica tolera su uso, inofensivo por otra parte. Muy interesantes las chocolateras expuestas en el tour. En España se ha conservado la costumbre de espesar el chocolate “a la taza” con espesantes, sobre todo harinas finas, algo que desafortunadamente no han hecho los belgas. Cuando pides un chocolate con leche en alguna cafetería te sirven una insulsa bebida más parecida a un cola-cao que a nuestro delicioso chocolate con churros (añoranza de casa Aranda), en el que la cucharilla se puede quedar de pie, como tiene que ser.

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Siguiendo con el tour, muy interesantes las colecciones precolombinas, y ya más actuales, las maquinarias y utensilios para elaborar el chocolate. Ya al final, una parte un tanto kitsch de esculturas de chocolate, y una breve demostración y escueta cata de bombones, en varios idiomas menos en español, claro. El negocio está en la tienda que está estratégicamente situada la la salida, de paso obligado, y que vende recuerdos de escaso gusto, aunque al final acabas comprando algo, como un práctico molde para bombones, de silicona, que algún día usaré (por cierto, fabricado en Italia).

Resumiendo la visita, no es que sea aburrida, tampoco es cara, pero creo que merece más la pena visitar las chocolaterías de la ciudad y descubrir allí las mejores creaciones. Y respecto a la compra de bombones, en verano es mejor no hacerlo, teniendo en cuenta que los puedes encontrar en las tiendas gourmets en España al mismo precio y seguro que mejor conservados, sobre todo ahora con los calores veraniegos. Si acaso comprar algunas piezas al peso y degustarlas in situ, para los que no puedan resistirse a la tentación.