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Los que me siguen desde hace tiempo ya sabrán que no soy practicante de esta nueva “religión” que es la cocina molecular, “secta” que ha ido ganando gloriosos adeptos como mi paisano Dani García, o el no tan paisano Sergi Arola, entre otros muchos, distinguidos además con estrellas de la casa de neumáticos Michelin, de inspectores sin duda dados a dejarse impresionar por las virtudes, indudables, de esta nueva cocina.

Es curioso que sea un fabricante de neumáticos francés el que decida el destino, la gloria o el paso al infierno, o quizás mejor dicho, purgatorio, de la cocina. Pero esa es otra historia, y desde luego no vamos a criticar a sus inspectores, anónimos dioses que este año han sido tan generosos con la cocina española, frente a la tacañería a la que nos tienen acostumbrados.

Escribo estas lineas sin haberme recuperado todavía de la noche que versión española ha dedicado a Adriá, o mejor dicho, a El Bulli, con entrevista incluida a Ferrán y Albert, y al documental genial que ha dirigido Albert, que demuestra ser un excelente documentalista, aparte de cocinero, algo ya bien conocido. Nos cuentan la aventura que supone un día de trabajo en El Bulli, desde la llegada de los suministros por la mañana temprano, hasta el final de la jornada, por la noche, una vez recibidos y bien servidos a los escasos y privilegiados comensales que tienen la suerte de acudir a este templo de la gastronomía en la lejana y perdida cala de Girona.

No os voy a contar aquí el documental. Lo mejor ha sido la entrevista posterior, donde Ferrán nos habla con sencillez de su trabajo, con una humildad y una modestia (nada falsa, por cierto) asombrosas, más si cabe cuando estamos hablando del considerado mejor cocinero del mundo. Su menos mediático hermano, Albert, forma un perfecto equipo con Ferrán para conseguir el milagro diario de servir un increible menú de 35 platos. Bueno, con la ayuda de cerca de 40 cocineros, más un numeroso personal de sala, cerca de 70 personas para servir a menos de 40 comensales, un lujo al alcance de pocos (no por el precio, por la dificultad de conseguir una reserva).

Lo que he descubierto en el documental es el duro y serio trabajo que hay detrás de tanto glamour, y destacar los mejores momentos de la entrevista, cuando Adriá dice que hay muchas cocinas, y pone en valor el trabajo de miles de profesionales que trabajan en la sombra haciendo el menú del día, que alimenta a millones de españoles. Y bien, humildad para un cocinero que empezó desde abajo, convirtiendo un chiringuito de playa con minigolf en el mejor restaurante del mundo. Tiene mérito.

Y otro mejor momento, cuando se despide de la entrevista felicitando a los hermanos Roca por su merecidísima y nada discutida tercera estrella Michelin. Nobleza obliga.

Imagen Sibaritia blog