Reconozco que hacía largo tiempo que no iba a comer al Restaurante Frutos, en Los Álamos, Torremolinos, desde que de pequeño (y eso hace muchos muchos años) iba con mis padres de vez en cuando, sobre todo en alguna celebración familiar. Y es que en aquella época era ya todo un referente de la buena gastronomía malagueña, un papel que los herederos no quieren perder.
He acudido a almorzar con mi amigo José Cabello, de Sobregustos, que me ha acompañado en una comida relajada. Se trata de uno de los primeros restaurantes de la Costa del Sol, y desde su apertura en 1955 han pasado por su comedor algunos famosos como Ernest Hemingway que, según cuentan, bebía largos tragos de whisky con limón, antes de que Torremolinos ni siquiera apareciera en los mapas turísticos.
El actual propietario es Armando Herranz, hijo del fundador de este negocio familiar, y que atiende personalmente a los clientes, algo digno de alabar. Aunque no faltan en la carta excelentes pescados y mariscos, y guisos malagueños, la familia tiene orígenes segovianos, y eso se nota en los buenos asados, y en platos de legumbres más típicos de otras tierras, siempre con la mejor calidad en el producto.
La comida empieza por unos entrantes de jamón y langostinos, excelentes. Me gusta esta cocina auténtica, sin sofisticaciones. La ensaladilla rusa de langostinos es ligera y muy sabrosa, y no me extraña que esté considerada como una de las mejores tapas de España. Como queremos comer ligero, pasamos por una fritura de merluza, servida con papás arrugás y mojo, que no me convencen del todo, aunque el pescado está en su punto. Y unos chipirones a la plancha, que es casi lo que más me gusta.
Hablamos de cuchareo, algo que echo de menos en muchos restaurantes. Y Armando nos comenta que siempre hay algún guiso del día, ya sea un gazpachuelo (pena, hoy no tocaba, me quedé con ganas de probarlo, la típica sopa malagueña de caldo de pescado, patatas y mayonesa, a veces con el añadido de amontillado, la famosa sopa Viña A.B.), como unas alubias de la Granja, que nos sirven «de tapa», muy bien acompañadas de su chorizo, morcilla, cebolla cruda y guindillas. Ni que decir tiene que es lo que más me gusta del almuerzo.
Al final damos un paseo por las instalaciones, y si tienes confianza no dejes de bajar al sótano, donde descubrimos una amplia bodega con una variedad de vinos difícil de encontrar en muchos lugares. Quizás la única salvedad que haría al lugar es que la decoración es algo setentona, con muchas maderas y tonos oscuros, algo que tampoco me importa demasiado, nada que no se pueda arreglar un buen decorador. Desde luego, una buena experiencia volver, después de tantos años, al restaurante Frutos, todo un clásico que debemos recuperar.
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