Ayer asistí a la presentación del menú de invierno del Poncelet Cheese Bar. Bueno, no solo asistí, sino que me comí todo el menú. Gracias a la amiga Anna de Tomates Verdes Fritos, que tuvo la gentileza de llevarme por allí hará unos meses, yo ya conocía la tienda Poncelet, una referencia quesera donde las haya desde su apertura, situada en Argensola 27. Con más de 300 referencias tanto extranjeras como nacionales, esta tienda es una auténtica cueva de Alí Babá de los quesos. Para mí, la perdición. Y un sitio que le merece la pena visitar a todo aficionado gastronómico que visite la ciudad de Madrid.
Pues bien, los responsables de Poncelet abrieron el pasado mes de junio otro escaparate para sus quesos, este Cheese Bar, con la intención de ofrecer no solo tablas, fondues y raclettes para su degustación, sino también otra variedad de platos, pero siempre con alguna inclusión quesera. El local es amplísimo, algo que me encanta, y con una decoración moderna que no es fría. Aunque a mí lo que más me impresionó, aparte de los quesos que caté, claro, fue la cava de quesos acristalada. Menudo expolio hubiera hecho yo si me hubieran dejado sola allí dentro.
Así que nos juntamos en el hermoso local un grupo de blogueros y otras hierbas, Paco de Lazy Blog y DaP, Marta Miranda, uno de los cerebros detrás de Tapas & Blogs, Carmelo de La cocina de aficionado, Raquel de Sinestesia Gastronómica, Helen de Círculos de Fuego, Alejandra de Cocina con Encanto, Belén de Cocinar para Dos, y la organizadora de la reunión, Bea Rivero, para catar gustosamente los nuevos platos y las tablas de queso en buena compañía. Echamos de menos a Pepe, que también estaba invitado, pero no pudo acercarse porque está liadísimo con la apertura de la nueva escuela, entre otros cien mil negocios que se trae entre manos. ¡Ánimo, Pepe!
Como soy un desastre, no apunté al detalle todo lo que nos ponían, pero empezamos con un aperitivo de mozzarella con tomates cherry y unas mantequillas con algas y con pimientos para untar en el pan, que estaban deliciosas. Proseguimos con unas tortillitas de patata y una ensaladilla, para llegar al punto fuerte del convite: unas tablas de queso excepcionales. En esta casa son profesionales del queso y se traduce en una calidad extraordinaria: aún me ruedan lagrimones como puños por los mofletes cuando recuerdo el queso Comté o el Roques Blanques. O el Stilton auténtico macerado en Oporto. O el Gorgonzola. Quiero más. Y más.
Ah, y todo ello regado por un señor vinazo de Marqués de Cáceres. Acabamos con unos segundos de ñoquis, risotto, callos, tataki de atún y esturión (¡nunca lo había probado!). Entiendo que tanto estos platos como los entrantes requieren aún una pizca de afinación; sin duda el punto cumbre de la comida fueron las tablas de quesos, como debe ser en cualquier caso en una casa especializada en la materia. Y como colofón, visita guiada a la cava de quesos con el maestro quesero de cicerone, todo un lujo carpetovetónico, que no asiático.
Como en toda reunión de gastroblogueros que se precie, venga de hacer fotos, como podéis ver. Reconocedlo, queridos compañeros del metal, nos falta un tornillo. O algo. Y además dicen que los quesos son difíciles de fotografiar. A mí no me lo parece, son tan fotogénicos y sexys ellos, será que los miro con buenos ojos.
En resumen, un lugar altamente recomendable para los amantes del queso, entre los que me cuento, para catar quesos de una calidad poco corriente con una conservación y un esmero extraordinarios. No veo la hora de pasarme otra vez por este Poncelet Cheese Bar a tomar una de sus fondues, clásica, española o francesa. Qué queréis, soy una mujer de gustos sencillos.