No hace mucho os hablaba de la original campaña de Aquarius que quiere poner en contacto muchos pueblos entre los habitantes de las grandes ciudades, como una nueva vía de turismo alternativo. Nos han ofrecido conocer de primera mano uno de los 50 pueblos que participan, en la fase inicial, en esta iniciativa, y hemos elegido Escorca, en Mallorca.
El municipio de Escorca está situado en la cordillera de la costa norte, y toma su nombre de la antigua iglesia parroquial de San Pedro de Escorca, levantada en el siglo XIII y restaurada hace varios años. Domina la Tramontana, una sierra de bosque mediterráneo con muchos ríos y fuentes de agua. En realidad su población está muy diseminada, con grandes fincas, entre las localidades de Lluc, Sa Calobra, Tuent, Es Guix y Son Macip. Precisamente lo más destacado es el núcleo de Lluc, con el Santuario del mismo nombre, un lugar de peregrinaje para los mallorquines, que tienen especial devoción por la virgen de Lluc, patrona de la isla.
El acceso a las tierras del interior es complicado, siguiendo largos y tortuosos caminos de montaña. También la costa es muy abrupta, y sin lugares de refugio, esta expuesta a los vientos de tramuntana y únicamente es accesible a lugares como Sa Calobra y Cala Tuent. La cima del Puig Major de Son Torrella, con 1.447 metros, es la cota máxima de Baleares. En el término hay otras cimas importantes como el Puig de Massanella, con 1.352 metros; el Puig de ses Bassetes, con 1.216 metros; l´Ofre, con 1.091 metros.
Para moverse por la zona lo mejor es el coche, aunque hay que andar con precaución ya que se trata de estrechas carreteras de montaña. A cada paso puedes disfrutar de las excelentes vistas, parando en algunos de los miradores. Una ventaja de Mallorca es que las distancias son relativamente cortas, por lo que aprovechamos nuestra estancia en Escorca para hacer una visita turística a otras localidades.
Apuntes sobre la gastronomía mallorquina
Estando en Mallorca hemos descubierto una cocina tradicional balear que conserva su fuerte carácter mediterráneo, a pesar de la presión del turismo y el fast food que suele llevar emparejado. Si te alejas de los típicos bares de turistas, podrás descubrir que los mallorquines siguen una dieta variada a base de alimentos locales, frutas, legumbres, hortalizas, pescados y carnes de calidad.
Uno de los platos más populares es el frito mallorquín (frit mallorquí), una fritura de hígado con patatas y pimientos, que puede hacerse con sangre o hígado de cordero o cerdo. Las sopas mallorquinas son platos sencillos y muy sanos, a base de verduras de temporada, acelgas, repollo, cebollas y pimientos, salteados con pimentón y servidas con pan payés, aunque también hay versiones con carne, setas y otras hortalizas.
Muy tradicional es el tumbet, un sabroso guiso de berenjenas, patatas y pimientos rojos en aceite de oliva y tomate frito. Se puede tomar tal cual, como plato vegetariano, aunque muchas veces sirve de acompañamiento a platos de carne, como el lomo de cerdo, o de pescados. El “pa amb oli”, pan payés con tomate y aceite, constituye una comida ligera, y con frecuencia se acompaña de jamón serrano, quesos o alguno de los excelentes embutidos mallorquines.
Abundan los platos de carnes en su cocina, como el conejo encebollado, el lechón asado, el lomo de cordero y el lomo con col o con setas. Los embutidos tienen un gran protagonismo, con formas propias como la sobrasada, el butifarrón, el camaiot y el blanquet, entre otros. La famosa “sobrassada” mallorquina es un embutido curado que se elabora con carne y tocino de cerdo, pimentón, sal y pimienta, y que incluso tiene una variedad elaborada con cerdos negros de la isla.
Las tàperes (alcaparras) son un ingrediente indispensable de la cocina tradicional, recolectadas a mano y conservadas en vinagre, sirven como aperitivo o muy frecuentemente en la elaboración de salsas y guisos. Para comprar los mejores embutidos y productos mallorquines puedes acudir a alguna de las buenas tiendas de la ciudad, como La Pajarita, en calle Sant Nicolau, o La Favorita, en San Miguel, una charcutería de primera calidad.
Aunque se puede comer paella de cierta calidad, hemos preferido probar uno de los arroces más tradicionales, el arròs brut, un arroz caldoso con setas, caracoles, carne de cerdo, conejo y de aves, que me recuerda a los arroces camperos de Málaga.
Aprovechamos también para visitar el mercado del Olivar de Palma, en torno al cual abundan los bares y restaurantes, donde podemos degustar el mejor pescado y marisco. En este mercado encontramos además gran variedad de embutidos típicos, quesos y muy buenas verduras.
Los dulces y postres tradicionales tienen influencias de su pasado árabe y judío. La ensaimada es uno de los más apreciados, sin olvidar el gató (bizcocho elaborado con almendras) con helado, la greixonera de requesón y las duquesas. En verano no puede faltar la horchata de almendras, acompañada de algún pastel tradicional, como la coca de patatas que ves en la foto.
La ciudad está plagada de buenas pastelerías y chocolaterías, que hacen las delicias de los mallorquines, algunas con gran solera como la bombonería La Pajarita, fundada en 1872. Abundan también los hornos tradicionales que ofrecen ensaimadas y otros dulces típicos, como el Forn Fondo, Forn La Mallorquina, o el Horno Santo Cristo, que lucen escaparates muy tentadores.
Dejamos mucho en el tintero, es sorprendente la variedad de paisajes y de ofertas gastronómicas que Mallorca nos ofrece, y que son muy difíciles de resumir en unas líneas. Espero haberos animado a visitar Mallorca, y descubrir su rica cocina y algunos de sus bellos pueblos, como Escorca.
Deja tu comentario